https://atesant.es/agastache-o-toronjil-
Agastache o Toronjil morado. José Luis Quintana
Ángel no sube al autobús de primera, prefiere ese otro viejito pero con los cristales transparentes que se detiene en todos los pueblecitos Los pasajeros han subido sus bártulos arriba, sobre el techo del autobús. posiblemente con los pimientos o frijoles que no pudieron vender en el mercado. No hay que pensar en aire acondicionado, mejor, es lo que trata de evitar , se siente más libre con la ventanilla arriba y el aire caliente le golpeará la cara, con cariño, sí, como cuando de niño la madre le despertaba con unos cachetes de amor.
Aquí no hay prisas, el conductor está en la cantina, el compañero se apoya en el mostrador, tan bajo que al inclinarse destaca aún más el pistolón que lleva al cinto.
Ángel no tiene prisa como la de esos ejecutivos que viajan en autobús de primera , con los cristales tintados y aire fresco. No, Ángel, sosegado, se apoya en el respaldo del asiento y en reposacabezas y observa al del pistolón. La señora que sube no es gruesa, Ángel no entiende de estas cosas y piensa que la mujer lleva varias faldas que la hacen parecer voluminosa. Sí, viene hacia él con dos grandes hatos que la impiden atravesar el pasillo. “Perdone señor”. Ángel se levanta y ayuda a la mujer, sube los bultos y los aprieta en el portaequipajes. “Gracias señor” repite la mujer.
Hace media hora que salieron de Tijuana y Ángel medio dormido cree oir a Mario Morreno; mira hacia atrás y comprueba que no es Mario pero que habla igualito. La mujer le explica que va a esconder las manzanas que compró en el mercado por temor a que las requisen los guardias. Ángel la oye pero no lo entiende ¿Para qué pueden querer los guardias las manzanas? Hace mucho calor y llevan horas de viaje . Ángel no lleva mapas ni le importa mucho donde está . Atravesar el desierto de Sonora no se hace todos los días , El paisaje es monótono , cactus grandes, enormes y cactus pequeños ;más calor y el autobús se para, el conductor anuncia “Aduana mexicana, deben bajar”
Ángel no lo entiende ni le importa, pero sabe que lleva horas en una carretera mexicana , paralela a la línea fronteriza con EEUU , La mujer esconde aún más las manzanas. Después de horas todavía estamos en el puro Norte ,piensa Ángel.
La aduana es una caseta de madera y le pasan, solo a él, al único despacho donde un oficial con bigote, espatarrado en una silla tras la mesa ha dejado abierto el cajón de su derecha; y dentro limpia y reluciente exhibe la pistola.
“Siéntese amigo” ¿Pues cómo por aquí?” De donde dice que viene , de España? Mi abuelito era de Zaragoza.” Se oye el ruido del motor del autobús y se supone que los pasajeros se han subido ya. El oficial lo deja claro “No se preocupe, el autobús no saldrá hasta que yo se lo permita.” Se levanta y le da la mano a Ángel “He tenido mucho gusto”
Pasan las horas más desierto, más cactus. El conductor para en un lugar cualquiera y anuncia “Una paradita para que hagan sus necesidades, cuidado con las culebras”
Se hizo la noche, pasaron las horas, demasiadas para Ángel . A lo lejos, en la oscuridad una bombilla solitaria indicaba vida.
“Puede ser Temoaya, ya cerquita de mi pueblo , señor, ahí bajaré y si usted gusta le ofreceré una tacita de toronjil”
Al rato de tomar la infusión, Ángel se sintió renovado. Como nunca había estado . cabeza despejada, relajado y en la cabañita de cañas y palmera se sintió que había encontrado el Paraíso . Durmió horas, muchas , era ya otra madrugada , y él era otro. En su libro de notas anotó el nombre familiar de la acogedora amiga: Xolocotzi. Los vecinos se dirigían a ella como “Cotzi” y su cabaña se convirtió durante horas en lugar de reunión de todo el pueblo.
Ángel la preguntó por la bebida que le había renovado, se sentía otro . Le enseñaron la hoja y la flor morada recién recogida allí mismo, al borde del camino. En un principio creyó que eran ortigas, las hojas se parecían . solo la flor morada la diferenciaba.
Cotzi le enseñó unas anotaciones, en inglés, que unos visitantes habían olvidado, que habían venido del Norte con grandes y lujosos carros, Con mucho equipaje y aparatos que ella no conocía , que todos los días hablaban con un aparato mientras miraba y tocaban la planta y hojas moradas.
Ángel lo leyó y anotó en su libreta:
Es de resaltar el conocimiento que los otomíes y mestizos, habitantes de Temoaya tienen sobre la morfología de los toronjiles, reconociéndolos por la forma de la hoja, color de la hoja y tallo, así como por su aroma.. Esta subespecie xolocotziana se distingue de la mexicana. Sin embargo en los niveles medio y superior del tallo, la diferencia notable entre ambas se limita al tamaño de las bandas de esclerénquima, apreciándose mejor desarrolladas en xolocotziana.
Siguió leyendo , eran muchos datos…, anatomia de toronjiles aportan una herramienta diagnóstica, útil, quedando de manifiesto la importancia y utilidad de la anatomia vegetal para verificar la autenticidad del material botánico medicinal cuando se comercialice.
Cuando Ángel volvió a la Peña El Cuervo se encerró en el segundo piso , colocó la bolsa de toronjil sobre la mesa, dudó unos minutos , pocos y preparó una infusión bien cargadita y bajó al primero donde su padre , diagnosticado “demencia senil” lo miró con cariño. J.L.Q.-jose-luis-quintana/
No hay comentarios:
Publicar un comentario