Amor. J. L. Quintana Mantecón
Emilio tiene necesidad de hablar, de comunicar, ese largo periodo de soledad, confinamiento lo llamaron, le había creado una sensación de aislamiento, de tristeza que los profesionales diagnosticaron como depresión. Depresión y ansiedad extendida en la mayor parte de la sociedad española. Porque Emilio es muy prudente, casi tímido, con una gran vida interior en la que disfruta de intenciones nobles, de interpretaciones, al menos, ecuánimes; lejos de él una crítica peyorativa de este mundo que nos ha tocado vivir.
Emilio entró al bazar camino de Selaya, en una de estas tiendas casi centenarias donde es posible encontrar hasta un llamador en forma de mano de los que no se usan hace ya bastantes años, y aquí podría pedir hasta un abanico de carey que casi seguro lo tendrán.
Mi amigo no había entrado a la ferretería desde mucho tiempo atrás, no se fijó, ora vez su prudencia, en las dos chicas que atendían las ventas; se limitó a pedir el pulverizador que venía deseando hacía tiempo. ¿De qué tamaño? le preguntaron, y Emilio, no lo había pensado, respondió rápido, de cinco litros. No se atrevió a explicar que lo quería para pulverizar el agua de lavanda que tenía previsto hacer ese mismo día
La lavanda tiene varios y distintos procesos según la forma de uso. Emilio lo utilizará para dar olor a la alcoba; sí, alcoba, habitación interior cerrada por una gran cortina; allí, por necesidades médicas pasó Celina sus últimos días. A Celina le relajaba el olor a lavanda y, decía, se sentía mejor.
La obtención del líquido es laboriosa y el lo ha simplificado al máximo: en una gran olla casi llena de agua la completa con el mayor numero de hojas de lavanda que pueden caber; sobre el borde un recipiente de cristal cóncavo donde se depositará el líquido fruto del vapor una vez licuado en la tapa fría de la olla.
La alcoba se comunica con la sala biblioteca y una mesa de trabajo sirvió muchos meses para que Emilio, desde ella y simulando un trabajo, dedicara todo su tiempo al cuidado de Celina. De vez en cuando, con un hisopo, lanzaba al aire gotas de la lavanda y la enferma le miraba amorosa.
El caso es que le hubiera gustado hablar y sobre todo con la muchachita que se salió del mostrador para ayudarle a meter la pulverizadora en la bolsa de plástico, fue entonces cuando la identificó; la recuerda de años atrás cuando, supone, se casó con el muchacho alto, serio, formal que en ese momento entraba por la puerta. Sigue siendo la misma chiquilla, morena y menudita, sonriente y amable. Le ha parecido que tiene el pelo menos negro, quizá un poco aclarado, como se ha hecho habitual en la mayoría de las muchachas. Emilio no hace distinciones pero le gustan morenas, tanto con el pelo rizadito como suelto.
Le ha dado las gracias por la ayuda pero como una constante en su vida, inquieto; si estuviera libre de sus “golpes” y los presentes pudieran ver su alma limpia, a pesar del covid, la hubiera rozado la mano mandándole un mensaje de afecto.
El Hombre, en general, quiere y respeta a la mujer; le trajo al mundo, vivió y se formó en su seno, le amamantó y sabe que la mujer madre moriría por su hijo. El Hombre admira y ama a la mujer porque en su consciencia está la imagen de su madre, y en la de Emilio también la de Celina su esposa.
Hoy volverá a pulverizar la alcoba y la sala con el agua de la lavanda y seguro, mientras lo hace, dos gruesas lágrimas rodarán por sus mejillas.
Nos conocemos hace muchísimos años, ya de muchachitos, sin que nadie se lo pidiese, asía del brazo a la señora que pretendía cruzar el paso de peatones. En el autobús, para mi, es impensable verlo sentado habiendo una señora en pie.
Cuento todo esto porque en estos días en que los movimientos feministas ponen de manifiesto unos derechos que no hay que comentar más porque si son derechos y reconocidos ¿ cual es el siguiente paso?
Estuve en Málaga cuando desde la catedral atravesó el Paseo Larios un grupo de muchachas, numeroso, con una gran vagina de plástico al tiempo que reclamaban unos derechos que no entendí muy bien.
A Emilio, cuando su matrimonio, le tocó el papel, como a todos, de “padre de familia” y dice que no era un privilegio sino una carga, tremenda carga. Sí que la vida ha sido dura, muy dura, La esposa a cargo de la casa, de los niños. El marido al trabajo, en el mayor de los casos duro trabajo.
Por otra parte, hubo sectores privilegiados, maridos que no tuvieron que “partirse el lomo” y esposas que hacían ganchillo a la sombra del abedul. De todo hubo.
Emilio ha hervido el agua con la lavanda y el recipiente de cristal, y para el escaso condensado del hervido le servirá un pulverizador pequeño, el vacío, el que utiliza como desinfectante de algunos utensilios.
Emilio se quedó solo hace ya algunos años, siempre fue fiel a su esposa, en pensamiento obra y deseo. Aún hoy sigue mirando con discreción-timidez a la Mujer . No creo que a los muchos Emilios se les pueda considerar más que como amantes y respetuosos del género femenino. J.L.Q.
A Julia
Agárrate a mi cintura
quiero sentir tu calor
y cuando el vuelo se acerque
no me sueltes alma mía